Detrás de un rostro se esconden cientos de emociones que no expresamos de palabra. Cuando llegamos a casa después de un examen que nos ha ido fatal y nos preguntan como nos ha ido, solemos responder con un “bueno…”, pero en seguida captan que no nos ha ido bien. Aunque existen los casos de mentidores compulsivos que ya han adoptado con normalidad decir mentiras a sus oyentes sin que por ello aparezcan signos de esta verdad ocultada. Es por ello importante que la actitud del que posa para una fotografía sea sincera y no oculte sus verdaderos sentimientos. Aunque para ello el fotógrafo tenga que asumir el papel de psicólogo improvisado.
Pese a que genéricamente hablamos del retrato como si se tratase invariablemente de la fotografía del rostro de una persona, su esencia va mucho más lejos. Un retrato implica la participación de muchos elementos y la perfecta armonía de todos ellos. Desde el equipo a emplear hasta la complicidad del modelo -profesional u ocasional-, debemos tener en cuenta que todos los detalles son esenciales y que el fallo de uno solo puede echar por tierra el resultado final. Y es que si hay una imagen que transmita un sentimiento, esa es un retrato.
Cuando realicé las fotografías he de decir que estaba un poco nervioso. Un carrete de 36 fotos no dan para resumir la personalidad de una persona pero sí para que se vea parte de ella. Mi hermana también algo inquieta, así lo primero que hicimos fue elegir un fondo sencillo con el que inmortalizarla. Tras cinco minutos de carcajadas, tres fotografías movidas y un cambio de vestuario, empezamos con las de semblante inexpresivo… “¿pero cómo es el gesto de inexpresividad?” preguntó después de varias muecas. “No lo se, intenta estar lo más relajada posible, y poner cara de que ves la tele… juas, juas, juas…” respondí jocosamente. Cinco minutos más y la cara inexpresiva seguía sin aparecer. Al final salió, y tras pulsar el disparador le salió una gran carcajada. “Ahora pon cara de apenada, piensa algo que te ponga triste, piensa que han atropellado al perro…” “Eso ni en broma, no digas eso”. Tras tomarle el pelo un poco más intentó recordar algo triste, pero cada vez que veía el objetivo se empezaba a reír, momento que aproveché para sacarle con verdadera risa y no con “cara de foto”.Por fin acabamos la sesión y el carrete. Parece mentira lo que te puedes llegar a reír con una cámara en veinte minutos.
Pese a que genéricamente hablamos del retrato como si se tratase invariablemente de la fotografía del rostro de una persona, su esencia va mucho más lejos. Un retrato implica la participación de muchos elementos y la perfecta armonía de todos ellos. Desde el equipo a emplear hasta la complicidad del modelo -profesional u ocasional-, debemos tener en cuenta que todos los detalles son esenciales y que el fallo de uno solo puede echar por tierra el resultado final. Y es que si hay una imagen que transmita un sentimiento, esa es un retrato.
Cuando realicé las fotografías he de decir que estaba un poco nervioso. Un carrete de 36 fotos no dan para resumir la personalidad de una persona pero sí para que se vea parte de ella. Mi hermana también algo inquieta, así lo primero que hicimos fue elegir un fondo sencillo con el que inmortalizarla. Tras cinco minutos de carcajadas, tres fotografías movidas y un cambio de vestuario, empezamos con las de semblante inexpresivo… “¿pero cómo es el gesto de inexpresividad?” preguntó después de varias muecas. “No lo se, intenta estar lo más relajada posible, y poner cara de que ves la tele… juas, juas, juas…” respondí jocosamente. Cinco minutos más y la cara inexpresiva seguía sin aparecer. Al final salió, y tras pulsar el disparador le salió una gran carcajada. “Ahora pon cara de apenada, piensa algo que te ponga triste, piensa que han atropellado al perro…” “Eso ni en broma, no digas eso”. Tras tomarle el pelo un poco más intentó recordar algo triste, pero cada vez que veía el objetivo se empezaba a reír, momento que aproveché para sacarle con verdadera risa y no con “cara de foto”.Por fin acabamos la sesión y el carrete. Parece mentira lo que te puedes llegar a reír con una cámara en veinte minutos.






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